Qué pasará cuando llegues y veas todo el desorden, todo el que me ha invadido y amenaza con no volver a dejarme encontrar ningún espacio en el que evadirme tranquila, sin pensarte, sin recordar si fue culpa tuya o mía. Aunque siempre haya defendido la responsabilidad compartida, los barrotes me han dejado a mí del lado más esclavo, y tú sigues libre para decidir si encarcelarte conmigo y buscar más tiempo después del que ya has tenido. Sólo cuando eches de menos no poder moverte sin rozar mi equilibrio, sólo cuando desesperes por mirar y encontrar las palabras tatuadas en mis paredes.
Todas y cada una hasta que ya no me quede saliva para pensarlas. Todos y cada uno de los besos que he dado y ahora no puedo más que verbalizar, porque me has dejado en la rutina más cruel, en la que me devuelve a tus opciones, rítmicas, pero impredecibles... y aún así, aún así me tienes en la palma de una mano que quizás no vuelva a lamentar no acariciarme, pero volverá a aferrarse a lo que la haga alejarse del metal, frío, que has elegido como ancla, sin tacto, para deshacerte de todo lo que suponga caminar con esfuerzo por un tierra que seguirá sin ser la tuya.
He empezado a divagar de nuevo, porque la cordura no supone nada nuevo en días y más días de amargo entusiasmo. La cordura me ata de nuevo a la inconsciencia de acercarme, de quemarme, de que me sumas en tu punto de acidez, en el mío, en el que ambas decidamos superviviente.
Y aún así, sobrevivo.
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